A más de cien millas de tierra firme, cerca de las costas de África occidental, acompañé en 2019 a los agentes de la policía marina de Gambia cuando detuvieron, en el transcurso de una semana, a 15 barcos extranjeros por violaciones laborales y pesca ilegal. Salvo una, todas las embarcaciones interceptadas eran de China.
A principios de ese mismo año, durante un viaje de un mes de duración a bordo de un buque pescador de merluza que se dirigía a las aguas antárticas desde Punta Arenas, Chile, los únicos buques que encontramos fueron una docena de pesqueros de arrastre chinos oxidados, que apenas parecían aptos para navegar.
A bordo de un barco pesquero de calamar surcoreano, en mayo de 2019, pude ver a casi dos docenas de barcos con banderas chinas abrirse paso en fila, uno tras otro, hacia aguas norcoreanas, en flagrante violación a las sanciones de las Naciones Unidas. Estos navíos formaban parte de la flota de barcos ilegales más grande del mundo: 800 arrastreros chinos que pescan en el mar de Japón, según reveló una reciente investigación de la cadena de noticias estadounidense NBC.
En julio de 2020, más de 340 embarcaciones pesqueras chinas aparecieron en los límites de la biodiversa y ecológicamente sensible reserva marina de Galápagos. Según C4ADS, una firma global de investigación de conflictos, muchos de estos barcos estaban vinculados a empresas asociadas con la pesca ilegal. Tres años antes, una flotilla china de tamaño similar llegó a estas mismas aguas, en donde las autoridades detuvieron a una embarcación que llevaba unas 300 toneladas de pescado capturado ilegalmente, incluyendo especies en peligro de extinción como tiburones martillo fileteados.
Con 200 000 a 800 000 embarcaciones, algunas en lugares tan lejanos como Argentina, China posee una flota pesquera incomparable en tamaño y alcance. Impulsada principalmente por subsidios gubernamentales, su crecimiento y sus actividades no han tenido control en gran medida, sobre todo porque China, históricamente, ha tenido pocas regulaciones sobre las operaciones pesqueras. El dominio y la ubicuidad global de esta flota plantean interrogantes más amplios sobre cómo, por qué y a qué costo, China ha lanzado tantas embarcaciones en los océanos.
El por qué ha sido claro durante mucho tiempo: poder geopolítico y seguridad alimentaria para los 1400 millones de habitantes de China. A medida que la Marina de los Estados Unidos se fue retirando de las aguas de África occidental y Medio Oriente, China ha ido reforzando su presencia pesquera y naval. Y en lugares como el mar de la China Meridional y la ruta marítima del Norte, en el Ártico, China ha reclamado valiosas rutas marítimas, así como también reservas submarinas de petróleo y gas.
“La escala y la agresividad de su flota pone a China al mando”, manifiesta Greg Poling, director de la Iniciativa de Transparencia Marítima de Asia, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, y agrega que pocos países extranjeros han estado dispuestos a imponerse ante las incursiones de los pesqueros chinos en sus aguas nacionales.
En cuanto a la seguridad alimentaria, gran parte de las poblaciones marinas más cercanas a las costas de China se redujeron, debido a la sobrepesca y la industrialización, por lo cual las embarcaciones se ven obligadas a aventurarse más lejos para llenar sus redes. Según un informe reciente del Stimson Center, un grupo de investigación en materia de seguridad, el Gobierno chino dice tener aproximadamente 2600 barcos pesqueros en aguas lejanas, con lo cual su flota es tres veces más grande que las de estos cuatro países juntos: Corea del Sur, España, Japón y Taiwán.
“Sin sus esquemas de subsidios masivos, la flota pesquera china en aguas lejanas sería una fracción de su tamaño actual, mientras que la mayor parte de su flota del mar de la China no existiría en absoluto”, indica Poling.
Durante las últimas dos décadas, China ha invertido miles de millones de dólares en apoyar su industria pesquera, dice Tabitha Grace Mallory, profesora de la Universidad de Washington, especializada en políticas pesqueras chinas. En 2018, se estimó que las subvenciones totales a la pesca mundial ascendían a USD 35 400 millones, de las cuales China representaba USD 7200 millones De esa cantidad, la gran mayoría se destinó a lo que Mallory denomina subsidios “dañinos”, porque incrementan el tamaño de las flotas pesqueras en lugar de reducirlas. Estos subsidios van destinados a combustible y embarcaciones nuevas que incrementan el tamaño de la flota. Alternativamente, una pequeña parte de los subsidios estatales sirve para financiar el desmantelamiento de los barcos, según Mallory.
El Gobierno también ayuda a solventar el costo de motores nuevos, de cascos de acero más duraderos para arrastreros, y de la seguridad armada y buques médicos que se anclarán en los caladeros; lo que permite que los capitanes de pesca permanezcan en el mar por más tiempo. Los pescadores chinos también se benefician de la inteligencia pesquera a cargo del Gobierno, que les ayuda a encontrar las aguas más abundantes.
Daniel Pauly, investigador principal de la iniciativa Sea Around Us, perteneciente al Instituto de Océanos y Pesca de la Universidad de Columbia Británica, expresó que “los subsidios no solo han incrementado las tensiones geopolíticas al permitir que las embarcaciones se adentren en regiones en disputa”.
Pauly agregó: “También juegan un papel importante en agotamiento de reservas pesqueras, ya que mantienen en funcionamiento buques que, de otro modo, quedarían fuera de servicio”.
Los expertos creen que la pesca sostenible no será posible mientras las flotas reciban asistencia financiera para la sobrepesca. El 90 por ciento de las reservas comerciales de peces que monitorea la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación han sufrido sobrepesca o explotación absoluta, lo que significa superaron su capacidad de reposición sostenible, incluyendo las 10 especies comerciales más importantes del mundo.
Sobrepesca financiada por el gobierno
China no un caso único en cuanto a los subsidios para su flota pesquera. Según un estudio de 2018 publicado en la revista científica Science Advances, dirigido por Enric Sala, explorador residente de National Geographic Society, más de la mitad de la industria pesquera mundial no sería rentable a su escala actual sin los subsidios del gobierno.
El estudio de Sala indica que Japón gasta más en subsidios para la pesca en alta mar (en sectores del océano que no están bajo el control de ningún gobierno), que cualquier otro país, lo que representa alrededor del 20 por ciento de los subsidios mundiales a la pesca en alta mar: USD 841 millones. España representa el 14 por ciento de los subsidios pesqueros mundiales, seguido de China con el 10 por ciento, luego Corea del Sur y los EE. UU.
Pero en materia de escala, China lleva la delantera, por mucho. Con más de 800 buques en alta mar, las embarcaciones chinas fueron responsables de más del 35 por ciento de la pesca global reportada en alta mar en 2014, más que cualquier otro país. Taiwán, el siguiente país de la lista, con 593, con el mayor número de embarcaciones, representa alrededor del 12 por ciento de esa pesca y Japón, con 478 buques, representa menos del 5 por ciento.
Pero los subsidios no solo representan una de las principales razones por las cuales los océanos se están quedando sin peces. Al lanzar tantas embarcaciones a los mares en todo el mundo, los subsidios pueden generar un exceso de capacidad pesquera, competencia desleal, disputas territoriales y pesca ilegal, en la medida en que los capitanes se empeñan en encontrar zonas de pesca menos concurridas.
“En pocas palabras, esto es como pagarles a los ladrones para que roben la casa de un vecino”, dice Peter Thomson, enviado especial del secretario general de la ONU para el Océano, sobre el papel que juegan los subsidios en el fomento de la pesca ilegal.
Según un índice publicado en 2019 por Poseidon Aquatic Resource Management, una firma británica de consultoría en pesca y acuicultura, China tiene el peor puntaje del mundo en cuanto a pesca ilegal, no declarada y no reglamentada.
Pequeños cambios
No obstante, China está dando leves señales de mejoría. En respuesta a la presión internacional de grupos conservacionistas de océanos y gobiernos extranjeros, el Gobierno chino comenzó a reforzar el control de su flota en los últimos años, a pesar del escepticismo de conservacionistas y expertos en pesca.
En 2016, el Gobierno chino publicó un plan quinquenal para limitar a menos de 3000 el número de embarcaciones pesqueras en aguas lejanas para el 2021. No queda claro si China avanza para alcanzar este objetivo, porque el gobierno publica pocos datos sobre el número de embarcaciones. Y en junio de 2020, las autoridades pesqueras chinas anunciaron que suspenderían las temporadas de pesca de calamar para embarcaciones chinas en algunos mares sudamericanos, de julio a noviembre, argumentando la necesidad de permitir la reposición de las poblaciones de calamares. Es la primera vez que China clausura una temporada de pesca de forma voluntaria.
“Creo que el Gobierno chino habla en serio cuando ofrece restringir su flota de aguas lejanas”, expresó Pauly. “Si pueden hacer cumplir las restricciones planificadas en su flota es otra cuestión; de hecho, no creo que puedan controlar a sus flotas en aguas distantes, más de lo que nosotros controlamos a las nuestras en Occidente.”
Con una clase media en rápido crecimiento, cuya capacidad de compra de mariscos va en aumento, el Gobierno chino impulsó, entre 2015 y 2019 su industria acuícola, con más de USD 250 millones en subsidios, con el objetivo de reducir la dependencia que tiene el país de pescado obtenido en mar abierto.
Esta medida, no obstante, presenta un nuevo problema. Para engordar a sus peces, la mayoría de las granjas piscícolas dependen de la harina de pescado, un polvo de alto contenido proteico, elaborado principalmente con pescados silvestres de aguas extranjeras o internacionales. Además, la acuicultura requiere mucha harina de pescado; antes de que un atún de cultivo llegue al mercado, por ejemplo, puede comer más de 15 veces su peso en pescado silvestre bajo la forma de harina de pescado.
Los conservacionistas de océanos advierten que la voracidad de la producción de harina de pescado está acelerando el vaciamiento de los océanos, lo que promueve la pesca ilegal, desestabiliza la cadena alimentaria acuática y extrae fuentes de proteínas necesarias para la subsistencia local en los mares de países más pobres.
“La pesca de grandes cantidades de peces silvestres para alimentar una mayor demanda de peces de criadero no tiene mucho sentido”, dice Sala. “En cambio, una fracción de esos peces silvestres podría usarse directamente para alimentar a las personas, generando un menor impacto en la vida de los océanos.”
Para satisfacer la demanda de harina y aceite de pescado, las autoridades pesqueras chinas dijeron en 2015 que planeaban aumentar de 32 000 toneladas a 2 millones de toneladas la cantidad de krill recolectado en aguas antárticas; aunque se comprometieron a permanecer fuera de las áreas “ecológicamente vulnerables”. El krill es una fuente primaria de alimento para ballenas, por lo cual los conservacionistas se preocupan de los efectos devastadores de la pesca excesiva.
El rol de los subsidios en la desestabilización de las relaciones internacionales
Además de las consecuencias ambientales potencialmente devastadoras de la sobrepesca y el colapso de la actividad pesquera, tal cantidad de embarcaciones en el mar significa mayor competencia en las zonas de pesca, lo que podría desestabilizar las relaciones entre países y provocar enfrentamientos violentos.
En noviembre de 2016, la Guardia Costera de Corea del Sur abrió fuego contra dos pesqueros chinos que habían amenazado con embestir patrulleras en el mar Amarillo. Un mes antes, los pescadores chinos embistieron y hundieron otra lancha surcoreana en la misma zona. Ese mismo año, Argentina hundió una embarcación china que, según las autoridades, estaba pescando ilegalmente en sus aguas. Indonesia, Sudáfrica y Filipinas han tenido conflictos con flotas pesqueras chinas. En la mayoría de estos casos, los barcos chinos pescaban calamar, que representa más de la mitad de la pesca de la flota en alta mar.
Una de las razones de tal desmesura en la flota china es que algunos de sus pesqueros persiguen otros fines, no solo la pesca. Estos barcos pesqueros, como parte de la llamada “milicia civil”, según Poling, van a zonas marítimas en conflicto para vigilar las aguas y, en ocasiones, intimidar y embestir a embarcaciones pesqueras o policiales de otros países. Además de su programa de subsidios para respaldar su flota pesquera de aguas lejanas, China cuenta con un programa que incentiva a los barcos a operar en aguas en disputa dentro del mar del mar de la China, como una forma de hacer valer los reclamos de China. Estas embarcaciones gozan de muchos de los beneficios de las flotas de aguas lejanas además de pagos en efectivo, dado que no es rentable operar en esa región.
Más de 200 de estos pesqueros milicianos ocupan las aguas en torno a las Islas Spratly del mar de la China, una zona rica en peces y posiblemente también en petróleo y gas natural, que se disputan China, Filipinas, Taiwán y Vietnam. Las imágenes satelitales muestran que los barcos de pesca chinos en el área pasan la mayor parte del tiempo anclados juntos en grupos y no están pescando.
“La única razón por la que pequeños pescadores [chinos] van a las Spratly es porque se les paga por hacerlo”, expresó Poling. La presencia de estos pesqueros aceleró la reducción de peces en torno a las islas, lo cual ha provocado enfrentamientos con barcos pesqueros de otros países, dándole a China la excusa para construir instalaciones militares en algunos arrecifes, a modo de endurecer más aún sus reclamos sobre el territorio.
Gracias a los subsidios, la flota china no solo es la mayor del mundo, sino que también es más grande de lo que se conocía. Del mismo modo, el reciente descubrimiento de los casi 800 arrastreros chinos que pescan ilegalmente en aguas de Corea del Norte muestra una nueva perspectiva sobre la desaparición de más del 70 por ciento de las reservas de calamar en el mar de Japón (también conocido como mar del Este).
Con el envío de una flota industrial antes desconocida para pescar en estas aguas prohibidas, China ha desplazado violentamente a embarcaciones surcoreanas más pequeñas, y es responsable de la disminución en las reservas de calamar que alguna vez fueron abundantes. Cuando se le preguntó al Ministerio de Relaciones Exteriores de China sobre los hallazgos documentados por una nueva tecnología satelital de Global Fishing Watch, que realiza seguimiento a las actividades de pesca comercial, y confirmados en mi travesía de 2019 a bordo de un pesquero de calamar surcoreano, la entidad dijo en un comunicado a NBC que “a conciencia hizo cumplir” las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Corea del Norte, y ha “castigado sistemáticamente” la pesca ilegal, pero no confirmó ni negó la presencia de buques chinos en ese lugar.
“Van muy en serio”
Los pesqueros chinos, en parte porque viajan en grupos y a veces armados, suelen ser agresivos con sus competidores o amenazas percibidas. Pude ver esto de cerca luego de mi viaje a bordo de un pesquero de calamar surcoreano que se dirigía a las costas del mar de Japón, donde tenía programado documentar la presencia de pesqueros de calamar ilegales provenientes de China.
Nuestro capitán era un hombre bajo y delgado, de unos 70 años, con ojos hundidos y la piel curtida como un elefante. En la mañana de nuestra salida programada, los miembros de la tripulación contratada le dijeron al capitán que no harían el viaje. Dijeron que estaban demasiado nerviosos por asociarlos con cualquier informe relacionado con Corea del Norte y por acercarse a los buques pesqueros chinos.
El capitán me dijo que aún podíamos hacernos a la mar con su primer oficial, pero que la embarcación sería difícil de manejar, que estaría más sucia de lo normal y que tendríamos que ayudarlo cuando nos lo pidieran.
Con olor a carnada podrida y el suelo resbaladizo por la pesca anterior, la cubierta de la embarcación de madera, de 60 pies de largo, era un desastre. Los camarotes de la tripulación eran un caos y el motor del buque se rompió a varios cientos de millas de la costa, lo que provocó dos horas de tensión hasta que logramos solucionarlo.
Poco después del anochecer en nuestro primer día en alta mar, apareció en nuestro radar el sonido de un barco. Nos apresuramos a alcanzar lo que resultó ser no solo un buque, sino casi dos docenas, todos navegando en fila uno tras otro, desde aguas surcoreanas hacia Corea del Norte. Todos ondeaban banderas chinas y ninguno traía los transpondedores encendidos, como se requiere en aguas de Corea del Sur.
Seguimos a las embarcaciones, las filmamos, documentamos sus números de identificación y, después de unos 45 minutos, lanzamos un dron para visualizarlos mejor. En respuesta, uno de los capitanes de barco chino tocó la bocina, encendió las luces y luego se acercó abruptamente hacia nosotros en una maniobra de embestida: una advertencia. Mantuvimos nuestro rumbo, pero el barco chino continuó avanzando hacia nosotros. Cuando llegó a 10 metros de distancia de donde estábamos, viramos repentinamente para evitar la colisión.
Hasta aquí quiso arriesgarse nuestro capitán. Luego de decidir que era demasiado peligroso continuar, el capitán dio la vuelta y emprendió el regreso al puerto, de ocho horas de viaje, durante el cual se mostró inusualmente tranquilo y un poco nervioso. “Van muy en serio”, murmuraba en referencia a los pescadores chinos, quienes, impávidos, continuaron su trayecto hacia aguas norcoreanas.
Quedaba claro que los subsidios no solo habían convertido a la flota pesquera china en una fuerza global de un tamaño y alcance geográfico sin precedentes. También transmitían un sentido de ambición, motivación y audacia, que pocos países o capitanes de pesca estaban dispuestos o eran capaces de enfrentar.
Fuente: dialogo-americas.com
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